Si los hombres en general tienen problemas con el sufrimiento, el creyente los tiene aún mayores. Si ante el dolor otros se preguntan por qué, el «por qué» del creyente arranca a menudo de una profunda angustia del alma. De hecho, es su fe la que le depara estos problemas; aunque, paradójicamente, sea esa misma fe la que le proporciona las respuestas. Cree en un Dios que es bondadoso y también todopoderoso. Pero si Dios es todopoderoso —prosigue el angustioso argumento—, ¿por qué permite que los
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